lunes, 3 de enero de 2011

"Os convertís al Islam o secuestramos a vuestros hijos"

Puede que nadie haya visto salir tantos cristianos de Irak como el padre Khalil Jaar. «Entre diez mil y doce mil desde el comienzo de la guerra en 2003», calcula que han pasado por su parroquia de Ammán, en el barrio de As Swefiyeh, de la que dependen ahora mismo 630 familias. Este domingo les han repartido mantas, calefactores y cajas de comida. Lora Lisa ha ido a recoger la ayuda vestida de luto. Sus suegros estaban entre los cincuenta y tres asesinados en la matanza que al Qaida perpetró el 31 de octubre contra la «guarida sucia de la idolatría» que para ellos era la iglesia del Perpetuo Socorro de Bagdad.


Los padres de Rana escaparon un mes después, cuando les reventaron su supermercado y les mandaron «una gallina decapitada y las cartas amenazando con secuestrar uno tras otro a los ocho hijos si no se convertían al islam». «Vienen sin nada, despavoridos, a la mayoría no le da tiempo ni a coger una maleta», apunta el cura. Y en Jordania siquiera podrán trabajar. Aún así el éxodo no cesa. Los cristianos siguen huyendo por la frontera para siempre, a sabiendas de que si regresan, regresarían para morir.

Jordania se ha convertido para ellos exactamente en un «salvavidas», que no es poco. Con la experiencia de haber recibido en 1948 y 1967 las oleadas de refugiados palestinos —y el padre Khalil, nacido en Belén, es uno de ellos—, el Reino hachemí está amparando a los cristianos de Irak con su libertad de culto y su convivencia entre religiones. Aunque sin ofrecerles más derechos: entran como turistas, a los tres meses son ilegales y tienen que buscarse un visado para irse cuanto antes a Australia, Estados Unidos o Canadá. Ammán no les garantiza asilo —el país no es signatario de la Convención de 1951— y obtenerlo no es fácil.

Economía sumergida

A Moayad, el padre de Rana, Estados Unidos le rechaza el asilo porque sirvió en el ejército de Sadam. A la salida tendrán que abonar a las arcas jordanas una multa de 1,5 dinares por persona y día que han permanecido «sin papeles», una fortuna pendiente que les atenaza. En tanto, sólo tienen los escasos ahorros, la sumergida economía familiar con el riesgo de acabar en la cárcel si les pillan, y las limosnas.

Ahí es donde entra el apoyo vital de organizaciones como Mensajeros de la Paz —de la que el padre Khalil es director regional— y la caridad de la acomodada sociedad cristiana local, apenas un 8 por ciento de la población. Las enjoyadas y generosas feligresas de la parroquia de As Swefiyeh llenan esta Navidad el cepillo de dinares, que luego servirá para alquilar pisos, pagar médicos o el sustento de los perseguidos iraquíes.

«Aquí no preguntamos a nadie si son caldeos, asirios, coptos, o musulmanes… son seres humanos y no hay palabras para describir lo que les está pasando», se lamenta el sacerdote. «Cada uno tiene su propia tragedia, pero los últimos que estamos recibiendo cuentan lo peor que oí en mi vida. Digan lo que digan, esto es el fanatismo musulmán y creo que en diez años no va a quedar ni un solo cristiano en Irak». Todos, relata el cura, aparecen en Jordania «con un trauma enorme». Es el caso de Zuher Betnam, un ingeniero químico casado con una profesora universitaria que es incapaz de contener las lágrimas calle o hable, solo de recordar que el 18 de noviembre echó la llave a su casa cercana a la iglesia del Sagrado Corazón de Bagdad para no volver jamás, y corrió con su familia «sin esperar —dice— a que llegara nuestra hora». En su puerta había aparecido la sentencia de muerte: la palabra «infiel». «Ya no podía ir a trabajar porque no podía dejar solos a los míos —relata-. Matan a cristianos cada día. Si EE.UU. dice cualquier cosa, si lo dice Europa o el Papa, se vengan en nosotros… estamos pagando por todo lo que pasa en el mundo, como no pueden descargar su ira contra los americanos, nos atacan a nosotros».

Expolio

Lora, la mujer de luto, acabó teniéndose que cubrir de pies a cabeza con el chador negro sus últimos días en Irak. «Era la única manera de protegerme para salir a la calle», musita. Aún así «hombres enmascarados» asaltaron su hogar y dispararon a su hija en una pierna con un AK-47. No hubo tiempo ni forma siquiera de vender los muebles. Los líderes religiosos musulmanes, explica el Khalil Jaar, «están prohibiendo a su gente comprar nada a los cristianos: les dicen que, en cuanto los echen, podrán quedarse gratis con sus casas y sus coches».

La complicidad del Gobierno y las fuerzas de seguridad iraquíes con los grupos de fanáticos es «absoluta», añade Martin Fadi, un carpintero que en 2007 presenció el asesinato de tres subdiáconos y del padre católico Ragid Keni en Mosul. «Me fui a esa ciudad huyendo de Bagdad porque creí que allí no me conocerían —nos cuenta—, pero cuando llegué la policía ya había informado a los fanáticos de que yo era cristiano y comenzaron otra vez las amenazas… las autoridades financian y respaldan este terror». Fadi pasó por Siria y ha seguido errante hasta Jordania, donde se duele de que «ningún país árabe este siendo capaz de darnos una residencia legal, una oportunidad para volver a empezar de nuevo».

El miedo alimenta el resentimiento y los perseguidos previenen contra el radicalismo islamista del que son víctimas. «Vivir con musulmanes así es muy difícil —advierte Zuher Betnam, el ingeniero—, en Europa ya tienen ustedes experiencia… ellos no viven como los demás, imponen sus leyes: te conviertes, te marchas o te matan. Mírenlo, así están “liberando” Irak para el islam y así quieren “liberar” al mundo entero. Europa debería tenerlo en cuenta antes de que sea demasiado tarde».

No hay comentarios:

Publicar un comentario